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Foto del escritorOlimir Centro Psicosocial

Cómo recobramos nuestro poder de padres después de años de no haber sabido manejar las crisis

Cuando nuestro hijo era muy pequeño, nuestra vida familiar era una lucha diaria. Tenía crisis prolongadas y ruidosas, y no sabíamos con exactitud qué estaba pasando.

En ocasiones las crisis no parecían que fueran desencadenadas por algo en particular, como cuando empezaba a gritar por las noches cuando estaba cansado.


Estas crisis no eran simples berrinches, sino algo más. Él no estaba tratando de salirse con la suya, porque no había nada que conseguir. Simplemente parecía estar fuera de control. Era desgarrador, frustrante y agotador. Más tarde nos enteramos que tenía dificultades del procesamiento sensorial.


¿Qué era lo que hacíamos?

En ese entonces, el caos en nuestra familia era tal que hacíamos lo que fuera necesario para detener las crisis. A veces recurríamos a los “sobornos” y a otras distracciones para tranquilizarlo. Hicimos cosas como comprarle trenes de juguete si pasaba un día sin tener una crisis, con la esperanza de que eso lo ayudaría a autorregularse un poco más. Cada vez que lo hacíamos, nos cuestionábamos si habíamos actuado bien.


Lo cierto es que incluso entonces sabíamos que estas no eran las mejores decisiones. Sentíamos que no estábamos siendo los padres que podíamos ser. También sentíamos que estábamos yendo en contra de nuestra filosofía de crianza. Sin embargo, no sabíamos qué otra cosa hacer.


Nos sentíamos impotentes. Caminábamos de puntillas todo el tiempo. Cuando nuestro hijo tenía una crisis en público que no podíamos detener, sentíamos la mirada enjuiciadora de los demás.


En general, nos sentíamos solos, como si ningún otro padre supiera por lo que estábamos pasando.


De qué nos dimos cuenta

A medida que nuestro hijo crecía y podía regularse un poco mejor, nos dimos cuenta de que algunas de las cosas que hacíamos para evitar una crisis se habían convertido en hábitos, y no eran de los buenos.


Nuestras maniobras se habían convertido en algo a lo que él se había acostumbrado. Era como si hubiéramos creado una situación en la que él necesitaba que las cosas fueran iguales todo el tiempo, o de lo contrario perdería el control.


Nos dimos cuenta de que nuestro hijo tenía mucho poder en nuestro hogar y que a veces lo utilizaba en su beneficio. Daba la impresión de que él pensaba que podía influir en todo y que era una autoridad en nuestra casa. De hecho, no mostraba respeto hacia ninguna figura de autoridad adulta.


Esta situación desafortunada solo confirmó lo que ya sabíamos desde el principio. Lo que estábamos haciendo era un error, y nos arrepentíamos.


Recuperar nuestro poder de padres

Decidimos que había llegado el momento de recuperar el poder en la relación con nuestro hijo. Fue difícil implementar el cambio para volver a ser padres con autoridad y criarlo de una manera que lo ayudara a crecer y a desarrollar resiliencia. Pero lo logramos.


En primer lugar, establecimos reglas básicas que tenían consecuencias si no las cumplía. Una regla era que no podía hablarnos de manera irrespetuosa. Si lo hacía, le decíamos que lo estaba haciendo para darle el chance de detenerse. Si continuaba hablando de manera irrespetuosa, entonces desconectábamos su acceso a Internet.


También comenzamos a darle una respuesta tajante si cuestionaba la lógica de nuestras decisiones como padres. Simplemente le decíamos: “No estamos obligados a darte una explicación”.


Las cosas han vuelto a su curso normal desde hace tiempo. No obstante, en ocasiones nos preguntamos cuánto podría haber avanzado nuestro hijo si en el pasado hubiéramos tomado decisiones diferentes. ¿Estaría mejor ahora si en ese entonces no hubiéramos aceptado su comportamiento tantas veces? ¿O lo que él realmente necesitaba en ese momento era que detuviéramos sus crisis? No lo sé.


Lo que sí sé es que ahora estamos en un lugar mucho mejor como padres. Ahora sabemos qué cosas puede controlar nuestro hijo y cuáles no. Hemos aprendido cuándo intervenir y cuándo necesita resolverlo por sí solo. Cuando miramos hacia atrás, no nos detenemos en nuestros errores. Simplemente seguimos avanzando.

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